Así Conocí a Carmelo. . .
Por: Carlos Yesid Lizarazo
Hablaba
rápido, muy rápido pero nítido y claro, sus palabras fluían sin dificultad,
como cuando el niño cuenta de memoria la lección aprendida. Mientras lo hacía cerraba sus ojos, tal vez para trasladar su espíritu a
cada una de las escenas que narraba, como queriendo ser testigo del hecho que
su oficio lo obligaba a contar. Sus
frases se conectaban una con otra construyendo párrafos sólidos, sin espacio a
dudas, sin margen de pregunta. Su voz gruesa y áspera con acento de provincia
solo se silenciaba cuando colgaba el teléfono.
Su
figura ya me era familiar, todos los días lo veía llegar al telecomcito del
pueblo pasado el mediodía, llegue a pensar que los nuestros eran tropezones
casuales, después vine a entender que su obligada cita laboral se cruzaba con
mi cita alimenticia del mediodía. Acompañado de una grabadora de doble parlante
marca Sony en su hombro derecho entraba al establecimiento con la confianza y
autoridad que le daba sentirse el mejor en lo que hacía. Cuando terminaba con
su escandalosa llamada caminaba lento en busca de aire fresco, con un rostro
rígido y bañado en sudor, pero con el semblante del deber cumplido.
Quienes
lo conocían lo saludaban con respeto y muestras de admiración, sus llamadas
(nunca hacía fila) resultaban ser gratis, las mejores atenciones del
restaurante eran para él, los policías (frente a telecom) lo llamaban para
entablar dialogo. Quien era este hombre?
Cuál era su oficio? porque tantos privilegios? Con quien hablaba tanto y
todos los días por teléfono? Quien le pagaba? Estos y otros interrogantes
rondaban mi cabeza cada que lo encontraba en mi camino. Pero mi fugaz paso por
aquel pueblo minero de La Guajira sepultó en algún recodo de mi cerebro los momentos
y encuentros vividos, los interrogantes y la extraña curiosidad por escuchar
hablar al excéntrico personaje.
Años
después volví a tropezármelo, esta vez en la capital, Riohacha. Debió ser en el
marco de un evento social o académico, donde concurrían masivamente periodistas
y trabajadores de medios. Alguien del público pedía intervenir, su insistente voz
estremeció mis recuerdos, conocida era su timbre y tono pero mis reflejos no
los identificaban. Gire mi cabeza muy lentamente, como dándole tiempo a mi
ordenador natural recomponer sus recuerdos. Si, ahí estaba era él, ya sin el mismo brillo en sus ojos, sin las
miradas y saludos de admiración pero con la misma confianza y autoridad que le
daban los años en el periodismo de provincia.
Allí
estaba, el mismo hombre que conocí en las cabinas de telecom de Hatonuevo a
mediados de los noventa, era CARMELO BANQUETT GUERRA, el humilde periodista del
pueblo. . .
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